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Aporto algunas reflexiones sobre el tema del clericalismo, que es uno de los
problemas de la Iglesia, y que está suscitando bastante atención de los
participantes en el proceso sinodal, ya se dice algo en mi artículo:
20 Siglos de
clericalismo
, que fue publicado en algunas páginas web.
El del clericalismo es un problema ya muy antiguo en la Iglesia, y que la
institución parece incapaz de resolver. Pero no es el único proble
m
a de la
Iglesia; el docu
m
ento de trabajo de la fase continental del
S
ínodo presenta
otros
m
uchos. Y están algunos que son importantes y a los que no se presta la
debida atención. Por ejemplo, el dogmatismo, la herencia teológica de muchos
siglos de ignorancia. Este es un tema que la institución eclesial ni se lo quiere
plantear; de hecho, cuando se convocó el Concilio Vaticano II se decidió no
intentar tocar siquiera esa cuestión.
En lo que se refiere al clericalismo, como queda dicho, sí se ve conciencia
sobre el problema a juzgar por la atención que se le dedica en la
documentación del proceso sinodal. Pero llama la atención el hecho de que,
por parte de los mismos sectores que denuncian el clericalismo propongan
medidas que lo legitiman y refuerzan. Veamos: abundan también peticiones a
favor de la ordenación sacerdotal de las mujeres y la supresión del celibato
sacerdotal, que en la práctica significa pedir la posibilidad de ordenación de
personas casadas de ambos sexos. Pues bien, debemos ser conscientes de que
pedir eso es una forma de rendir homenaje al sacerdocio ordenado, al
concepto mismo de ordenación sacerdotal. Y precisamente ese concepto es la
base sobre la que se sustenta el clericalismo; existe clericalismo porque hay
clérigos, y la tendencia inexorable de la clerecía es constituirse en jerarquía
dominante y privilegiada. La alternativa a ese esquema organizativo es que la
comunidad, como tal, sea consciente de su existencia y sus derechos, y no
delegue ninguna función, pues puede realizarlas todas por misma. Por su
propia naturaleza, el sacerdocio ordenado es el enemigo natural del
sentimiento y consciencia comunitarios. La existencia de un clérigo ordenado
al frente de una comunidad cristiana, anula y sofoca el carácter comunitario
del grupo, y esto ocurre aunque no sea esa la voluntad del clérigo ni lo noten
los miembros del colectivo.
Donde más se percibe eso es en la celebración del culto, especialmente en la
eucaristía. El culto, como tal, parece no tener más finalidad que la de resaltar
y enfatizar la función sacerdotal, clerical. Se suele definir a la religión como la
relación del hombre con Dios, pues bien, ni Dios ni el hombre necesitan cultos
litúrgicos para relacionarse. El Evangelio presenta abundantes enseñanzas de
Jesús indicando que Dios quiere otro tipo de relación con el hombre, una
relación que pasa precisamente por la relación de los humanos entre sí:
…“m
isericordia quiero y no sacrificios
…, …”
deja la ofrenda sobre el altar y
ve a reconciliarte pri
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ero con tu her
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ano
,
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uertos en-
tierren a los
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…,
se puede orar
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ios en cualquier lugar haciéndolo en esritu y verdad
,
…”
se hizo el -
bado para el hombre y no el hombre para el sábado”
Jesús valoraba más
positivamente la acción caritativa del buen samaritano que el celo cultual del
sacerdote y levita que acudían al
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plo. Seguramente se podrían mostrar más
ejemplos de esto. El tipo de religiosidad que Jesús promocionaba no es el que
se está concretando en el culto religioso cristiano. Jesús instituyó la Eucaristía
pero no le dio el carácter cultual, litúrgico, ritual… que está teniendo en las
nuestras misas. Hay que tener mucha imaginación para ver alguna relación o
parecido entre la misa y la Cena del Señor. No es sólo que haya perdido el
carácter y forma de ágape que inicialmente tenía esta celebración, es que
además perdió también la función o finalidad para la que fue concebida.
Cuando Jesús pedía a sus seguidores hacer aquello muchas veces en recuerdo
suyo estaba instituyendo un marco de celebración comunitaria que sirviera
para recordar su mensaje, su enseñanza, su proyecto, la tarea a la que convoca
a sus seguidores, pues cuando se pide seguimiento es para hacer algo. Pues
bien, ese algo para lo que Jesús convoca o moviliza a sus seguidores está
siendo aparcado en la Iglesia desde hace muchos siglos, y se están utilizando
las misas y el culto en general para fomentar ese alejamiento de los fieles de la
tarea para la que Jesús nos convoca.
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odos sabe
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os que la ensanza eclesial que se i
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parte en la ho
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donde por
lo de
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ás interviene sólo el clérigo celebrante
,
insisten en presentar co
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o obje-
tivo del culto y de la acción eclesial en su conjunto una serie de prácticas reli-
giosas, devociones, sacramentos… que tienen por finalidad una santificación
de las personas de cara a su salvación eterna, un tema del que Jesús, por
cierto, habló muy poco, pero pasan bastante por alto la principal llamada de
Jesús a actuar en el mundo para implantar en él un Reino de Dios que supere
lo negativo de las sociedades humanas: la injusticia, la explotación, el
egoísmo, la falta de libertad, igualdad y fraternidad. Es de temer que la Iglesia
que salga del Sínodo siga confortablemente instalada en los reinos de este
mundo. Pienso que nuestras aportaciones al debate sinodal deberían insistir en
la necesidad de implicarnos en la realización del proyecto de Jesús.